Personas de Colores

 Tengo la fortuna de, con mis casi 18 años de vida, no haber experimentado todavía el gran dolor de la pérdida. Claro que perdí a seres queridos en el camino, pero jamás me hubiera imaginado el dolor, profundo, de perder a alguien.

En este par de semanas, a mi bisabuelo (una de las personas más bellas que he tenido la suerte de conocer), ya con 99 largos años, le dió un ACV. En la familia es una situación muy triste, por supuesto, pero sobre todos para mi abuelo (o sea, su hijo). Mi abuelo es una persona que se parte el lomo todos los días y aún así vuelve a la casa a jugar con los chicos. Es una persona que no conoce la viveza, el 'ventajear' al otro, el meter cizaña en el puterío. Es la clase de persona que desprecia la maldad fervientemente, un tipo familiero, unido, compañero y amigo.

Su papá lo es todo para él. Siempre me contaba historias del campo (que hemos ido a visitar), de cuando andaba en bicicleta para todos lados de chico, de su papá, que cuando él una vez volvió tarde a la casa, lo vio a su papá con algo en la espalda, y en vez de esconder una rama o un cinturón para castigarlo, era lo que él más amaba: una caña de pescar.

No tengo más palabras para describir todo lo que significa para mi abuelo su papá. Y ver cómo su cara cambió estos últimos días me destruye. Yo claro que lo amo a mi bisabuelo, por supuesto, pero ellos conocen una cara del Nono joven, activo, con rodillas para bailar y vista para manejar. Yo conocí a otro Nono, un Nono avejentado y arrugado, pero aún así con mucho amor para dar...

A veces siento envidia de quienes lo conocieron por sus verdaderos colores. Y es de esta palabra de la que quiero hablar hoy específicamente. Mi primeras preguntas al encontrarme con esta situación fueron: ¿Por qué? ¿Por qué no solo podemos asumir la muerte como lo que es? ¿Por qué tenemos que sentir dolor? En esta vida hay una sola cosa de la que tenemos garantía, y es que todos en algún momento vamos a fallecer.

¿Por qué nos resulta entonces tan atemorizante, tan desesperante? ¿Por qué no empezamos y terminamos todos al mismo tiempo? ¿Por qué a nosotros también nos va a pasar lo mismo? Ahora le pregunto a usted, lector, lectora, ¿Sabe usted que se va a morir? Obvio que su respuesta es afirmativa, pero, ¿Sabe que usted, no alguien más en el futuro, no alguien a quien no conoce, va a morir? ¿Y sabe que sus (ahora posiblemente desconocidos) familiares y amigos lo van a llorar, y lo van a sufrir? 

¿Cómo vive usted sabiendo que se va a morir?

 Tengo una abuela del corazón, la cual tiene leucemia, una enfermedad crónica. Durante el principio de la pandemia del 2020, a ella la internaron de urgencias y casi no sale. Muchas veces me ha contado (y ahora que pasó mucho tiempo, nos reímos de la situación), cómo fue su experiencia de casi morir. Después de eso, ha repetido (hasta el hartazgo) que ella aprendió a vivir el día a día. Que ella sabe que hoy está, pero que mañana no sabe, y que siempre agradece por su salud. ¿Es tan así? ¿Tendremos que vivir el día a día, sin saber ni querer saber lo que pasa mañana? ¿Cómo uno puede aprender a no pensar lo que le va a pasar?

Quizás su certeza es que por lo menos tiene una idea de cómo va a fallecer, y la exposición prolongada a ese miedo de que quizás, un día se quiera levantar y no pueda, la haya 'inmunizado' al miedo de fallecer. Quizás ese sea su mecanismo de defensa, su modo de no morir, pero de ansiedad. ¡Pero el resto no corremos con esa certeza! No sabemos si mañana salimos al trabajo y a la escuela y no volvemos, no sabemos si mañana nos vamos a despertar, no sabemos nada de eso. En la vida no hay garantías, excepto que un día se termina.

Todos tenemos una fecha de vencimiento, pero no sabemos ni cómo, ni cuándo, ni dónde. Quizás por eso hayamos inventado la(s) religión(es), para llenar ese vacío de conocimiento, para de algún modo subsanar aquello de lo que sabemos que no podemos saber. Pero sin Dios de por medio, ¿Cómo afronta usted que se va a morir? Podría pasar su vida entera queriendo evitarlo, y aún así lo encontraría.

Y por sobre todo, quizás lo más doloroso de la muerte es que no sólo nos pasa a nosotros. Sabemos que todo el mundo en algún momento va a ceder las riendas y bajarse del carro. Si fuese que sabemos que nos morimos nosotros, y solamente nosotros nos vamos a morir, si viviéramos aislados del mundo y sus sociedades, escaparnos hasta el último rincón de la tierra, ¿Sería más fácil fallecer?

Es una pregunta a la que nunca podremos contestar. Una vez leí que "somos con otros", es decir, que uno no es una entidad completamente distinta del resto, sino que somos como una 'sopa' de lo que son otros. Capaz es muy difícil de imaginar, o por lo menos para mí lo es. Pienso que somos colores. Algunos son más amarillos que otros, otros son más azules, otros viven como los rojos pero son violetas, y hay otros que todavía no saben que color son. Y cada vez que interactuamos con otras personas de colores, les damos el nuestro. Los marcamos, en cierto grado, para toda la vida. Quizás ya no te gusten las personas grises, y aquel chiste verde que escuchaste te dio asco. Usted, lector, lectora, ¿Qué color es?

Volviendo al tema, mi Nono es una persona de un color maravilloso. Es del color de un amanecer en una mañana de invierno, es del color del amor en un plato de estofado, del color de la fiesta en familia. Y cuando una persona de ese color te toca como padre, las marcas que te deja son imborrables, inconmensurables. Yo veo esos colores en mi abuelo. Siento esos colores cada vez que hablamos, cada vez que me da un mate, cada vez que me da un abrazo.

Y quiero ser de ese color. Quiero ser del color que inspire, del color de los que piensan, del color del amor. Y creo que me entenderían cuando digo que ver que esos colores se apagan, es el sentimiento más doloroso que un humano puede sentir. Ese es el dolor de la pérdida, es ver tus propios colores, tus colores compartidos apagarse. No solo fallece quien te comparte esos colores, sino que también se va una parte de vos. La pérdida tiñe todo lo que toca de negro, opaca los otros colores y no deja escapar su luz. ¿Ha sentido ese color negro? Ese color negro que lo enceguece, que lo angustia, que lo hace bolita en la cama para no perder el calor, ese color negro del que todos saben pero que nadie quiere hablar.

Hablar es la única forma de borrar este color negro. La única forma de que este negro no te opaque es compartiéndolo, transformándolo. No te guardes el negro para vos mismo, porque a tu lado está la persona que lo puede volver a hacer brillar, que puede hacerte ver tus colores.

Y quizás algún día recuerdes ese negro, y te alegres de poder ver tus colores en vos nuevamente. Y te alegres de recordar los colores que compartiste con esa persona que ya no está. ¿Te das cuenta? las personas no se van nunca de este mundo, quedan grabadas en los colores que dejamos en los demás. Marcas que vas a dejar en tus hijos, y que tus hijos van a dejar en sus hijos, y así sucesivamente.

Entonces, lector, lectora ¿Qué color vas a ser? ¿Qué color vas a compartir con los que amás? Cualquiera que elijas, te doy un consejo: Sé del color que quieran recordar cuando se vean a ellos mismos.

Gracias por leer :)

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